29/9/13

EL ALMEZ


 
 Junto a este mismo almez, a «Rosa» un día
hice votos de amarla eternamente.
Se está oyendo, en el aire todavía
de mi acento el rumor.
¿Por qué siento, mis votos olvidados,
esclavo de otra fe, nuevos ardores?
Pasa el tiempo de amar y ser amados,
mas no pasa el amor.
II
  Otro día, a «Rosaura» encantadora
al pie del mismo almez juré lo mismo,
y recuerdo que entonces, como ahora,
cantaba un ruiseñor.
Pasó el tiempo, y los nuevos ruiseñores
vinieron a cantar a otra hermosura;
porque se van amados y amadores,
pero queda el amor.

III
Después, al pie de este árbol, he sentido,
extático mirando a «Rosalía»,
momentos de emoción, en que he perdido
para siempre el color.
¡Ay! ¿Pasarán, como pasaron antes,
si no el amor, las almas que lo sienten?
¡Sí, que es siempre, siendo otros los amantes,
uno mismo el autor!

IV
Almez, a cuyo pie tanto he adorado,
de amores que aun vendrán, altar querido,
que enciendes, recordando mi pasado,
de mi sangre el ardor...
tu morirás, cual muere nuestra llama,
y otro árbol nacerá de tu semilla,
porque, aunque es tan fugaz todo lo que ama,
es eterno el amor.

V
Y cuando el mundo, al fin, sea extinguido
y se oiga en las regiones estrelladas
del orbe entero el último crujido
en inmenso fragor,
Dios, de nuevo la nada bendiciendo,
de ella hará otros almeces y otros mundos,
e irá un hervor universal diciendo:
-¡Amor!, ¡amor!, ¡amor!...
 
Ramón de Campoamor

24/9/13

LA ADIVINADA.....

 
 
 En dónde está, Señor, que no la encuentro?
Por qué sendero cruzará ignorada?
En esta de la vida, selva adentro,
Dónde estará, Señor , la Adivinada?
 
Dime el templo de amor en donde reza;
Cuál es el sol que sus mejillas dora,
O en qué oasis alumbran su tristeza
Las acuarelas de la eterna Aurora.
 
Dime, Señor, si dentro de ella misma
Algo hay de mi opaca desventura;
Si me evoca también o si se abisma
Como el viador entre su noche oscura.
 
Si tiene, como yo, listos los remos
Para cruzar los mares de la vida,
Y si luego cansados volveremos
Cada cual a su punto de partida.
 
Si se unirán al fin nuestras querellas,
Si uno mismo será nuestro calvario
O rotaremos como dos estrellas
De un remoto sistema planetario.
 
Si la incógnita luz de su pupila.
En busca del ensueño y la fortuna,
Como la araña de mi verso hila
Su telar en un rayo de la luna.
 
Qué sol habrá que su virtud alumbre,
En qué oculto recodo nos veremos
O en la testa nevada de qué cumbre
Cansados de volar nos posaremos.
 
Porque ella debe distender el vuelo:
Es propio del dolor que diviniza,
Desde la tierra conquistar el cielo
Por la escala inconsútil de la brisa.
 
Y presa de su bárbaro destino
Verá caer de la altitud remota,
Un crepúsculo lila en su camino
Y en el mismo camino un ala rota.
 
Por esta soledad de mi agonía
...Bajo la inútil e incesante brega...
Pasan mil esperanzas, noche y día,
Pero la Adivinada nunca llega.
 
En dónde está, Señor, que no la encuentro?
Por qué sendero cruzará ignorada?
En esta de la vida, selva adentro,
Dónde estará, Señor, la Adivinada?...

Enrique Aguiar


AQUELLA TARDE.....


 
Bajo el manto misterioso y resignado y taciturno de los cielos
Nos miramos junto al mar;
El crepúsculo esfumaba sus colores de violeta, la sonrisa
De los suaves retornelos de la brisa
Halagaba en tus pupilas inefables y serenas
la visión crepuscular.
 
Nos miramos frente a frente. El silencio de tu alma.
Bajo el ala nemorosa de tus blancas floraciones.
Suspiraba en la caricia saludable del pleamar.
Hubo paz en los deseos, hubo luz en nuestra calma...
Nuestra barca de ilusiones
Por los amplios horizontes del ensueño y de la vida
comenzaba a navegar.
 
Cuántas cosas nos dijimos a la hora que la tardes se envolvía
En las rientes lontananzas.
 
De los versos, de las flores, de las risas de la mar!
De improviso, el espectro de la duda que a tu lado sonreía,
Apagó las esperanzas...
De los sueños imposibles que mas nunca volveremos a soñar.
En las finas palideces de tu rostro se agravaba mi tristeza.
 
Pensativa, como un cáliz, reclinaste la cabeza.
Tus pupila repitieron la visión crepuscular...
Y fue negra aquella tarde, que entre vivos y dorados terciopelos,
Bajo el manto misterioso y resignado y taciturno de los cielos
Nos miramos junto al mar!...
 
 Enrique Aguiar


23/9/13

A LINDBERGH

 
 
     


Salve!  Colón del aire. Soberano
Ebrio de luz en el azul del cielo;
Para verte volar en tu aeroplano
Levantaron los cóndores el vuelo.
 
    Las volubles estrellas del arcano
Siguieron, mudas, tu arriesgado anhelo.
Qué bien las repetía el océano
En su movible y transparente suelo!
 
  Y como el naúta universal de España
Soplando tempestades te seguía
El Bóreas envidioso de tu hazaña.
 
Pero escoltaron tus heroicos rastros,
Un cortejo de águilas, de día
Y de noche el cortejo de los astros!.
 
Enrique Aguiar


21/9/13

ESPACIO (FRAGMENTO)...


 


Los dioses no tuvieron más sustancia
que la que tengo yo. Yo tengo, como ellos,
la sustancia de todo lo vivido
y de todo lo por vivir. No soy presente sólo,
sino fuga raudal de cabo a fin. Y lo que veo
a un lado y otro, en esta fuga,
rosas, restos de alas, sombra y luz,
es sólo mío,
recuerdo y ansia míos, presentimiento, olvido.
¿Quién sabe más que yo, quién,
qué hombre o qué dios, puede,
ha podido, podrá decirme a mí
qué es mi vida y mi muerte, qué no es?
Si hay quien lo sabe,
yo lo sé más que ése, y si lo ignora,
más que ése lo ignoro.
Lucha entre este saber y este ignorar
es mi vida, su vida, y es la vida. Pasan vientos
como pájaros, pájaros igual que flores,
flores soles y lunas, lunas soles
como yo, como almas, como cuerpos,
cuerpos como la muerte y la resurrección,
como dioses. Y soy un dios
sin espada, sin nada
de lo que hacen los hombres con su ciencia;
sólo con lo que es producto de lo vivo,
lo que se cambia todo; sí, de fuego
o de luz, luz. ¿Por qué comemos y bebemos
otra cosa que luz o fuego? Como yo he nacido
en el sol y del sol he venido aquí a la sombra,
¿soy del sol, como el sol alumbro? y mi nostaljia,
como la de la luna, es haber sido sol
y reflejarlo sólo ahora. Pasa el iris
cantando como canto yo. Adiós iris, iris,
volveremos a vernos, que el amor
es uno solo y vuelve cada día.
¿Qué cosa es este amor de todo, cómo se me ha hecho
en el sol, con el sol, en mí conmigo?
Estaba el mar tranquilo, en paz el cielo,
luz divina y terrena los fundía
en clara plata oro inmensidad,
en doble y sola realidad;
una isla flotaba entre los dos,
en los dos y en ninguno, y una gota
de alto iris perla gris temblaba en ella.
Allí estará esperándome el envío
de lo que no me llega nunca de otra parte.
A esa isla, ese iris, ese canto
yo iré, esperanza májica, esta noche.
Que inquietud en las plantas al sol puro,
mientras, de vuelta a mí, sonrío
volviendo ya al jardín abandonado.
¿Esperan más que verdear, que florear y que frutar,
esperan, como un yo, lo que me espera,
más que ocupar el sitio que ahora ocupan
en la luz, más que vivir como vivimos, más
que quedarse sin luz, más que
dormirse y despertar? Enmedio hay,
tiene que haber un punto, una salida,
el sitio del seguir más verdadero,
con nombre no inventado, diferente
de eso que es diferente e inventado,
que llamamos, en nuestro desconsuelo,
Edén, Oasis, Paraíso, Cielo,
pero que no lo es, y que sabemos
que no lo es, como los niños
saben que es no lo que no es que anda con ellos.
Contar, cantar, llorar, vivir acaso,
«elogio de las lágrimas», que tienen (Schubert,
tenido entre criados por un dueño)
en su iris roto lo que no tenemos,
lo que tenemos roto, desunido.
Las flores nos rodean
de voluptuosidad, olor, color, forma sensual;
nos rodeamos de ellas, que son sexos
de colores, de formas, de olores diferentes;
enviamos un sexo en una flor,
dedicado presente de oro de ideal,
a un amor virgen;
sexo rojo a un glorioso, sexos blancos
a una novicia, sexos violetas
a la yacente. Y el idioma,
qué confusión; qué cosas nos decimos
sin saber lo que nos decimos.
Amor, amor, amor (lo dijo Yeats)
«amor en el lugar del escremento».
¿Asco de nuestro ser, nuestro principio
que más nos vive y más nos muere?
¿Qué es, entonces, la suma que no resta;
dónde está, matemático celeste,
y nuestro fin; asco de aquello
la suma que es el todo y que no acaba?
Hermoso es no tener lo que se tiene,
nada de lo que es fin para nosotros,
es fin, pues que se vuelve
contra nosotros, y el fin nunca se nos vuelve.
Aquel chopo de luz me lo decía,
en Madrid, contra el aire turquesa del otoño:
«Termínate en ti mismo como yo».
Todo lo que volaba alrededor,
qué raudo era, y él qué insigne
con lo suyo, en lo suyo, verde y oro,
sin mejor en lo verde que en el oro.
Alas, cantos, luz, palmas, olas, frutas
me rodean, me envuelven en su ritmo,
en su gracia, en su fuerza delicada, y yo me olvido
de mí entre ello, y bailo y canto,
y río y lloro por los otros embriagado.
¿Esto es vivir? ¿Hay otra cosa
más que este vivir de cambio y gloria?
Yo oigo siempre esa música que suena
en el fondo de todo, más allá;
ella es la que me llama desde el mar;
por la calle, en el sueño.
A su aguda y serena desnudez,
siempre estraña y sencilla,
el ruiseñor es sólo un calumniado prólogo.
¡Qué letra,
luego, la suya!
El músico mayor tan sólo la ahuyenta.
Pobre del hombre
si la mujer oliera, supiera siempre a rosa.
Qué dulce la mujer normal, qué tierna,
qué suave (Villón), qué forma de las formas,
qué esencia, qué sustancia
de las sustancias, las esencias, qué lumbre de las lumbres;
la mujer, madre, hermana, amante.
Luego, de pronto, esta dureza
de ir más allá de la mujer,
de la mujer que es nuestro todo, donde
debiera terminar nuestro horizonte.
Las copas de veneno,
qué tentadoras son, y son de flores, yerbas y hojas.
Estamos rodeados de veneno
que nos arrulla como el viento,
arpas de luna y sol en ramas tiernas,
colgaduras ondeantes venenosas
y pájaros en ellas, como estrellas de cuchillo;
veneno todo, y el veneno
nos deja a veces no matar.
Eso es dulzura, dejación
de un mandato, y eso es pausa y escape.


Entramos por los robles melenudos;
rumoreaban su vejez cascada,
oscuros, rotos, huecos, monstruosos,
con colgados de telarañas fúnebres;
el viento les mecía las melenas,
en medrosos, estraños ondeajes,
y entre ellos, por la sombra baja, honda,
venía el rico olor del azahar,
de las tierras naranjas, grito
ardiente con gritillos blancos
de muchachas y niños.
Un árbol paternal, de vez en cuando,
junto a una casa, sola en un desierto
(seco y lleno de cuervos; aquel tronco
huero, gris, lacio, a la salida del verdor profuso,
con aquel cuervo muerto, suspendido
por una pluma de una astilla,
y los cuervos aún vivos posados ante él
sin atreverse a picotarlo, serios).
Y un árbol sobre un río. Qué honda vida
la de estos árboles, qué personalidad,
qué inmanencia, qué calma, qué llenura
de corazón total queriendo darse;
(aquel camino que partía
en dos aquel pinar que se anhelaba);
y por la noche, qué rumor
de primavera interna en sueño negro.
Qué amigo un árbol, aquel pino, verde, grande,
pino redondo, verde,
junto a la casa de mi Fuentepiña;
pino de la Corona, ¿dónde estás?,
¿estás más lejos que si yo estuviera lejos?
Y qué canto me arrulla tu copa milenaria
que cobijaba pueblos y alumbraba de su forma
rotunda y vigilante al marinero.
La música mejor
es la que suena y calla, que aparece
y desaparece,
la que concuerda, en un «de pronto»,
con nuestro oír más distraído.
Lo que fue esta mañana ya no es,
ni ha sido más que en mí, gloria suprema,
escena fiel, que yo, que la creaba,
creía de otros más que de mí mismo.
Los otros no lo vieron; mi nostalgia,
que era de estar con ellos,
era de estar conmigo, en quien estaba.
La gloria es como es, nadie la mueva,
no hay cosa que quitar ni que poner,
y el dios actual está muy lejos, distraído
también con tanta menudencia grande que le piden.
Si acaso, en sus momentos
de jardín, cuando acoje al niño libre,
lo único grande que ha creado,
se encuentra pleno en un sí pleno.
Qué bellas estas flores secas
sobre la yerba fría del jardín que ahora
es nuestro. ¿Un libro, libro?
Bueno es dejar un libro
grande a medio leer, sobre algún banco,
lo grande que termina; y hay que darle
una lección al que lo quiere terminar,
al que pretende que lo terminemos.


Grande es lo breve
y si queremos ser y parecer más grandes,
unamos con amor. El mar no es
más que gotas unidas, ni el saber
que palabras unidas, ni el amor
que murmullos unidos, ni tú, cosmos,
que cosmillos unidos. Lo más bello
es el átomo último,
el solo indivisible
y que por serlo no es, ya más, pequeño.
Unidad de unidades es lo uno;
y qué viento más plácido levanta
esas nubes menudas al cénit,
qué dulce luz en esta suma roja única.
Suma es la vida suma, y dulce.
Dulce como esta luz era el amor,
qué plácido este amor también. Sueño, ¿he dormido?
Hora celeste y verde toda y solos,
hora en que las paredes y las puertas
se desvanecen como agua, aire,
y el alma sale y entra en todo, de y por todo,
con una comunicación de luz y sombra.
Todo ve con la luz de dentro, todo es dentro,
y las estrellas no son más que chispas
de nosotros que nos amamos,
perlas bellas
de nuestro roce fácil y tranquilo.
Qué luz tan buena para nuestra vida
y nuestra eternidad. El riachuelo iba
hablando bajo por aquel barranco,
entre las tumbas, casas de las laderas verdes;
valle dormido, valle adormilado.
Todo estaba en su verde, en su flor; los mismos muertos
en verde y flor de muerte;
la piedra misma estaba en verde y flor de piedra.
Allí se entraba y se salía
como en el lento anochecer, del lento amanecer.
Todo lo rodeaba piedra, cielo, río;
y cerca el mar, más muerte que la tierra,
el mar lleno de muertos de la tierra,
sin casa, separados, engullidos
por una variada dispersión.
Para acordarme de porqué he nacido,
vuelvo a ti, mar. «El mar que fue mi cuna,
mi gloria y mi sustento,
el mar eterno y solo
que me llevó al amor»; y del amor
es este mar que ahora
viene a mis manos, ya más duras,
como un cordero blanco
a beber la dulzura del amor.
Amor el de Eloísa; qué ternura,
qué sencillez, qué realidad perfecta.
Todo claro y nombrado con su nombre
en llena castidad. Y ella, enmedio de todo,
intacta de lo bajo entre lo pleno.
Si tu mujer, Pedro Abelardo, pudo ser así,
el ideal existe, no hay que falsearlo.
Tu ideal existió, ¿por qué lo falseaste,
necio Pedro Abelardo?
Hombres, mujeres, hombres,
hay que encontrar el ideal, que existe.
Eloísa, Eloísa, ¿en qué termina
el ideal, y di, qué eres ahora
y dónde estás? ¿Por qué, Pedro Abelardo vano,
la mandaste al convento y tú te fuiste
con los monjes plebeyos, si ella era,
el centro de tu vida, su vida, de la vida,
y hubiera sido igual contigo ya capado,
que antes, si era el ideal? No lo supiste
y yo soy quien lo sé, desobediencia
de la dulce obediente, plena gracia.
Amante, madre, hermana, niña tú, Eloísa,
qué bien te conocías y te hablabas,
qué tiernamente te nombrabas a él,
y qué azucena verdadera fuiste.
Otro hubiera podido oler la flor
de la verdad fatal que dio tu tierra.
No estaba seco el árbol del invierno,
como se dice, y yo creí en mi juventud;
como yo, tiene el verde, el oro, el grana
en la raíz y dentro, muy adentro, tanto
que llena de color doble infinito.
Tronco de invierno soy, que en la muerte
va a dar de sí la copa doble llena
que ven sólo como es los deseados.
Vi un tocón, a la orilla del mar neutro;
arrancado del suelo, era
como un muerto animal; la muerte daba
a su quietud seguridad de haber estado vivo;
sus arterias cortadas con el hacha,
echaban sangre todavía. Una miseria,
un rencor de haber sido así arrancado
de la tierra, salía de su entraña endurecida
y se espandía con el agua y por la arena,
hasta el cielo infinito, azul.
La muerte, y sobre todo, el crimen,
da igualdad a lo vivo, lo más y menos vivo,
y lo menos parece siempre con la muerte más.
No, no era todo menos, como dije un día, «todo es menos»,
todo era más, y por haberlo sido,
es más morir para ser más, del todo más.
¿Qué ley de vida juzga con su farsa
a la muerte sin ley y la aprisiona
en la impotencia? Sí, todo, todo ha sido más
y todo será más. No es el presente
sino un punto de apoyo o de comparación,
más breve cada vez; y lo que deja
y lo que coge, más, más grande.
No, ese perro que ladra al sol caído,
no ladra en el Monturrio de Moguer,
ni cerca de Carmona de Sevilla,
ni en la calle Torrijos de Madrid;
ladra en Miami, Coral Gables, La Florida,
y yo lo estoy oyendo allí,
allí, no aquí, no aquí, allí, allí.
Qué vivo ladra siempre el perro al sol que huye;
y la sombra que viene llena el punto
redondo que ahora pone el sol sobre la tierra,
como un agua su fuente,
el contorno en penumbra alrededor;
y alrededor, después, todos los círculos
que llegan hasta el límite redondo
de la esfera del mundo, y siguen, siguen.
Yo te oí, perro, siempre,
desde mi infancia, igual que ahora; tú no cambias
en ningún sitio, eres igual
a ti mismo, como yo. Noche igual,
todo sería igual si lo quisiéramos,
si serlo lo dejáramos. Y si dormimos,
qué abandonada queda la otra realidad.
Nosotros les comunicamos a las cosas
nuestra inquietud de día, de noche nuestra paz.
¿Cuándo, cómo duermen los árboles?
«Cuando los deja el viento dormir», dijo la brisa.
Y cómo nos precede, brisa quieta y gris, el perro fiel
cuando vamos a ir de madrugada
adonde sea, alegres o pesados;
él lo hace todo, triste o contento, antes que nosotros.
Yo puedo acariciar como yo quiera
a un perro, un animal cualquiera, y nadie dice nada;
pero a mis semejantes no, no está bien visto
hacer lo que se quiera con ellos, si lo quieren
como un perro.
Vida animal, ¿hermosa vida? ¡Las marismas
llenas de bellos seres libres, que me esperan
en un árbol, un agua o una nube,
con su color, su forma, su canción, su gesto,
su ojo,
su comprensión hermosa,
dispuestos para mí que los entiendo!
El niño todavía me comprende,
la mujer me quisiera comprender,
el hombre... no, no quiero nada con el hombre,
es estúpido, infiel, desconfiado1
y cuando más adulador, científico.
Cómo se burla la naturaleza
del hombre, de quien no la comprende como es.
Y todo debe ser o es echarse a dios
y olvidarse de todo lo creado
por dios, por sí, por lo que sea.
«Lo que sea», es decir, la verdad única,
yo te miro como me miro a mí
y me acostumbro a toda tu verdad como a la mía.
Contigo, «lo que sea», soy yo mismo,
y tú, tú mismo, misma, «lo que seas».
¿El canto?
¡El canto, el pájaro otra vez!
¡Ya estás aquí, ya has vuelto, hermosa, hermoso,
con otro nombre,
con tu pecho azul gris cargado de diamante.
¿De dónde llegas tú,
tú en esta tarde gris con brisa cálida?,
¿qué dirección de luz y amor
sigues entre las nubes de oro cárdeno?
Ya has vuelto a tu rincón verde sombrío.


¿Cómo tú, tan pequeño, di, tú lo llenas todo
y sales por el más?
Sí, sí, una nota de una caña,
de un pájaro, de un niño, de un poeta,
lo llena todo y más que el trueno.
El estrépito encoje, el canto agranda.
Tú y yo, pájaro, somos uno;
cántame, canta tú, que yo te oigo,
que mi oído es tan justo por tu canto;
ajústame tu canto más a este oído mío
que espera que lo llenes de armonía.
Vas a cantar, toda otra primavera,
vas a cantar.
¡Otra vez tú, otra vez la primavera,
la primavera enmedio de la primavera!
Si supieras lo que eres para mí.
¿Cómo podría yo decirte lo que eres,
lo que eres tú, lo que soy yo, lo que eres para mí?
¡Cómo te llamo, cómo te escucho, cómo te adoro, hermano eterno,
pájaro de la gracia y de la gloria,
humilde, delicado, ajeno,
ángel del aire nuestro,
derramador de música completa!
Pájaro, yo te amo, como a la mujer,
a la mujer, tu hermana más que yo.
Sí, bebe ahora el agua de mi fuente,
pica la rama, salta lo verde, entra, sal,
rejistra toda tu mansión de ayer,
mírame bien a mí, pájaro mío,
consuelo universal de hombre y mujer, mujer y hombre.
Vendrá la noche inmensa, abierta toda,
en que me cantarás del paraíso,
en que me harás el paraíso, aquí, yo, tú,
aquí, ante el echado insomnio de mi ser.
Pájaro, amor, luz, esperanza,
nunca te he comprendido como ahora,
nunca he visto tu dios como hoy lo veo,
el dios que acaso fuiste tú y que me comprende.
Los dioses no tuvieron más sustancia
que la que tienes tú.
¡Qué hermosa primavera nos aguarda
en el amor, fuera del odio!
¡Ya soy feliz! ¡El canto, tú y tu canto!
El canto...
Yo vi jugando al pájaro y la ardilla,
al gato y la gallina, al elefante
y al oso, al nombre con el hombre.
Yo vi jugando al hombre con el hombre,
cuando el hombre cantaba. No, este perro no levanta
los pájaros, los mira, los comprende,
los oye, se echa al suelo, y calla y sueña ante ellos.
¡Qué grande el mundo en paz, qué azul tan bueno
para el que puede no gritar, puede cantar,
cantar y comprender y amar!
Inmensidad, en ti y ahora vivo;
ni montañas, ni casi piedra, ni agua,
ni cielo casi, inmensidad
y todo y sólo inmensidad;
esto que abre y que separa
el mar del cielo, el cielo de la tierra,
y, abriéndolos y separándolos,
los deja más unidos y cercanos,
llenando con lo lleno lejano la totalidad.
Espacio y tiempo y luz en todo yo,
en todos y yo y todos.
Yo con la inmensidad. Esto es distinto,
nunca lo sospeché y ahora lo tengo.
Los caminos son sólo entradas o salidas
de luz, de sombra, sombra y luz, y todo vive en ellos
para que sea más inmenso yo,
y tú seas.
Qué regalo de mundo, qué universo májico,
y todo para todos, para mí. Yo, universo inmenso,
dentro, fuera de ti, segura inmensidad.
Imájenes de amor en la presencia
concreta; suma gracia y gloria de la imajen,
¿vamos a hacer eternidad, vamos a hacer la eternidad,
vamos a ser eternidad,
vamos a ser la eternidad?
Vosotras, yo, podremos
crear la eternidad una y mil veces,
cuando queramos. Todo es nuestro
y no se nos acaba nunca. ¡Amor,
contigo y con la luz todo se hace,
y lo que hace el amor no acaba nunca!

JUAN RAMÓN JIMÉNEZ

18/9/13

DEFENSA DE LA ALEGRÍA


Defender la alegría como una trinchera
defenderla del escándalo y la rutina
de la miseria y los miserables
de las ausencias transitorias
y las definitivas

defender la alegría como un principio
defenderla del pasmo y las pesadillas
de los neutrales y de los neutrones
de las dulces infamias
y los graves diagnósticos

defender la alegría como una bandera
defenderla del rayo y la melancolía
de los ingenuos y de los canallas
de la retórica y los paros cardiacos
de las endemias y las academias

defender la alegría como un destino
defenderla del fuego y de los bomberos
de los suicidas y los homicidas
de las vacaciones y del agobio
de la obligación de estar alegres

defender la alegría como una certeza
defenderla del óxido y la roña
de la famosa pátina del tiempo
del relente y del oportunismo
de los proxenetas de la risa

defender la alegría como un derecho
defenderla de dios y del invierno
de las mayúsculas y de la muerte
de los apellidos y las lástimas
del azar
y también de la alegría.

Mario Benedetti

LA LAGRIMA INFINITA...

 
 
 Esa! ... La que en el alma llevo oculta;

la que no salta fuera si se expande

en la pupila; la que a nadie insulta

en un alarde de dolor; la grande,

la infinita, la muda, la sombría,

la terca, la traidora, la doliente

lágrima de dolor, ¡lágrima mía! ...,

que está clavada en mi profundamente.

 
                                           La que no da una tregua ni un consuelo

de dulce sollozar; la que me hiere,

y no punza, y no obedece, y pone un velo

turbio en mis ojos; la que nunca muere

ni nace en flor de rostro; la que nunca

refrena su latir; la que no intenta

asomarse a la faz y quedar trunca,

y hace la pena interminable y lenta ...

 
                                       Agua de un manantial que va en la sombra

tortuosa de mi yo, tierra maldita

donde no nace planta ni se nombra

ningún nombre de amor ... ¡Esa infinita

lágrima de dolor, sorda y amarga,

que llega hasta mis ojos y no fluye

en catarata ardiente; la que embarga

mi ser y en el silencio se diluye! ...

Gota que cristaliza y se hace piedra,

dolor que se concreta y se resume;

planta parásita como la hiedra,

que trepa al corazón y lo consume;

infinito dolor sin esperanza

de resolverse en líquido siquiera.

Invierno seco y duro que no alcanza

a transformarse luego en primavera.

 
                                                   Nieve perpetua sin deshielo;

polo desierto que en la ardiente entraña

anhela el húmedo calor del cielo,

que ni lo fertiliza ni lo baña.

Lágrima que no alivia la tortura

de los ojos cansados de infinito;

lágrima que no cura la amargura;

que no es queja, ni expresión, ni grito.

Cántaros secos, áridos, mis ojos;

páramos sin frescura ni rocío;

febricitantes de escrutar los rojos

límites del espacio y del vacío.,

 

¡Esa! ... La que no llega ni ha llegado

ni llegará a los ojos nunca ...., ¡nunca! ...

Mi lágrima tenaz, que no ha mojado

el Sahara estéril de mi vida trunca;

esa ...; no la verás, porque en la calma

de mis angustias se ha trocado en perla.

Para verla hace falta tener alma,

y tú ..., ¡no tienes alma para verla! ...

 

Hilarión Cabrisas

 

 

17/9/13

LA HISTORIA DE ALFONSINA STORNI, LA QUE INSPIRÓ LA CANCIÓN ÄLFONSINA Y EL MAR"...


 
 
Alfonsina Storni fue una poetisa y escritora argentina. Sus composiciones reflejan la enfermedad que padeció durante gran parte de su vida y muestran la espera del punto final de su existencia, expresándolo mediante el dolor, el miedo y otros sentimientos.
 Se relaciono con el poeta Horacio Quiroga quien luego de finalizar su relación con ella contrajo matrimonio y 10 años más tarde se suicido. Alfonsina realmente lo apreciaba y dedico un poema a su difunto amigo:
“Morir como tú, Horacio, en tus cabales,
Y así como en tus cuentos, no está mal;
Un rayo a tiempo y se acabó la feria…
Allá dirán.
Más pudre el miedo, Horacio, que la muerte
Que a las espaldas va.
Bebiste bien, que luego sonreías…
Allá dirán”
 
Años más tarde fue diagnosticada con cáncer de mama del cual fue operada, al poco tiempo se realizó un estudio de quilología, cuyo diagnóstico no fue acertado. Esto la deprimió, provocándole un cambio radical en su carácter y llevándola a descartar los tratamientos médicos y a planear su fin.
 
Antes de partir escribió su último poema y lo envió al diario La Nación:
 
“Dientes de flores, cofia de rocío, manos de hierbas,
tú, nodriza fina, tenme puestas las sábanas terrosas
y el edredón de musgos escardados.
Voy a dormir, nodriza mía, acuéstame.
 Ponme una lámpara a la cabecera,
 una constelación, la que te guste,
 todas son buenas; bájala un poquito.
 
Déjame sola: oyes romper los brotes,
te acuna un pie celeste desde arriba
y un pájaro te traza unos compases
para que te olvides. Gracias…
Ah, un encargo, si él llama nuevamente por teléfono
le dices que no insista, que he salido…”
Finalmente la poeta se suicidó en Mar del Plata arrojándose de la escollera del Club Argentino de Mujeres. Hay versiones románticas que dicen que se internó lentamente en el mar hasta desaparecer por completo.
La Canción:
 Alfonsina y el mar es una zamba compuesta por los argentinos Ariel Ramírez y Félix Luna, publicada por primera vez en el disco de Mercedes Sosa. La canción es un homenaje a la poetisa, donde se incluyen extractos de su último poema.
Alfonsina y el mar
Por la blanda arena que lame el mar
su pequeña huella no vuelve más.
Un sendero solo de pena y silencio llegó
hasta el agua profunda.
Un sendero solo de penas mudas llegó
hasta la espuma.
Sabe Dios qué angustia te acompañó
qué dolores viejos calló tu voz,
para recostarte arrullada en el canto
de las caracolas marinas.
La canción que canta en el fondo oscuro
del mar, la caracola.
Te vas Alfonsina con tu soledad,
¿qué poemas nuevos fuiste a buscar?
Una voz antigua de viento y de sal
te requiebra el alma y la está llevando
y te vas hacia allá como en sueños,
dormida, Alfonsina, vestida de mar.
Cinco sirenitas te llevarán
por caminos de algas y de coral
y fosforescentes caballos marinos harán
una ronda a tu lado;
y los habitantes del agua
van a jugar pronto a tu lado.
Bájame la lámpara un poco más,
déjame que duerma, nodriza, en paz
y si llama él no le digas que estoy,
dile que Alfonsina no vuelve más,
y si llama él no le digas nunca que estoy,
di que me he ido.
Te vas Alfonsina con tu soledad,
¿qué poemas nuevos fuiste a buscar?
Una voz antigua de viento y de sal
te requiebra el alma y la está llevando
y te vas hacia allá como en sueños,
dormida, Alfonsina, vestida de mar.
Alfonsina Storni Martignoni (Sala CapriascaSuiza22 o 29 de mayo de 1892, Mar del Plata, Argentina, 25 de octubre de 1938) fue una poeta y escritora argentina del modernismo.5
Sus padres, dueños de una cervecería en San Juan, regresaron a Suiza en 1891. Y en 1896 volvieron a Argentina junto con Alfonsina, quien había nacido durante la estadía de la pareja en el país europeo. En San Juan concurrió al jardín de infantes y desarrolló la primera parte de su infancia. A principios del siglo XX la familia se mudó a Rosario, donde su madre fundó una escuela domiciliaria y su padre instaló un café cerca de la estación de ferrocarril Rosario Central. Alfonsina se desempeñó como mesera en el negocio familiar, pero dado que este trabajo no le gustaba se independizó y consiguió empleo como actriz. Más tarde recorrería varias provincias en una gira teatral.
 
Storni ejerció como maestra en diferentes establecimientos educativos y escribió sus poesías y algunas obras de teatro durante este período. Su prosa es feminista, ya que busca en ella la igualdad entre el hombre y la mujer, y según la crítica, posee una originalidad que cambió el sentido de las letras de Latinoamérica. Otros dividen su obra en dos partes: una de corte romántico, que trata el tema desde el punto de vista erótico y sensual y muestra resentimiento hacia la figura del hombre, y una segunda etapa en la que deja de lado el erotismo y muestra el tema desde un punto de vista más abstracto y reflexivo. La crítica literaria, por su parte, clasifica en tardorrománticos a los textos editados entre los años 1916 y1925 y a partir de Ocre encuentra rasgos de vanguardismo y recursos como el antisoneto. Sus composiciones reflejan, además, la enfermedad que padeció durante gran parte de su vida y muestran la espera del punto final de su vida, expresándolo mediante el dolor, el miedo y otros sentimientos.
 
Fue diagnosticada con cáncer de mama, del cual fue operada. A pedido de un medio periodístico se realizó un estudio de quirología, cuyo diagnóstico no fue acertado. Esto la deprimió, provocándole un cambio radical en su carácter y llevándola a descartar los tratamientos médicos para combatirla…

8/9/13

EL BESO....

 
 
 A veces nuestros labios, como locas
mariposas de amor, se perseguían;
los tuyos de los míos siempre huían,
y siempre se juntaban nuestras bocas.

Los míos murmuraban: -¡Me provocas!
Los tuyos: -¡Me amedrentas!, respondían;
y aunque siempre a la fuga se atenían,
las veces que fugaron fueron pocas.

Recuerdo que, una tarde, la querella
en el jardín, llevando hasta el exceso,
quisiste huir, mas, por mi buena estrella,

en una rosa el faldellín fue preso,
y que, después, besé, la rosa aquella,
por haberme ayudado a darte un beso.

Manuel Ugarte (1878-1951)

SOÑÉ QUE TU ME LLEVABAS...

 
 
 
Soñé que tú me llevabas
por una blanca vereda,
en medio del campo verde,
hacia el azul de las sierras,
hacia los montes azules,
una mañana serena.

Sentí tu mano en la mía,
tu mano de compañera,
tu voz de niña en mi oído
como una campana nueva,
como una campana virgen
de un alba de primavera.
¡Eran tu voz y tu mano,
en sueños, tan verdaderas!...
Vive, esperanza ¡quién sabe
lo que se traga la tierra!

Antonio Machado (1875-1839)

ENTRETANTO, LA OLA


 
Las sombras se han echado a dormir sobre mi soledad.

Mis cielos,
víctimas de invasoras constelaciones ebrias,
se han desterrado al suelo como en bandadas muertas
de pájaros cansados.

Mis puertos inocentes se van segando al mar,
y ni un barco ni un río me carga la distancia.

Sola, desenfrenada en tierra de sombra y de silencio.
Sola,
partiéndome las manos con el deseo marchito de edificar
palomas con mis últimas alas.

Sola,
entre mis calles húmedas,
donde las ruinas corren como muertos turbados.

Soy agotada y turbia espiga de abandono.
Soy desolada y lloro...

¡Oh este sentirse el alma más eco que canción!
¡Oh el temblor espumado del sueño a media aurora
¡Oh inútilmente larga la soledad siguiendo mi ca-mino sin sol!

Entretanto, la ola,
amontonando ruidos sobre mi corazón.
Mi corazón no sabe de playa sin naufragios.
Mi corazón no tiene casi ya corazón.
Todo lo ha dado, todo...
Es gesto casi exacto a la entrega de Dios.

Entretanto, la ola...
Todo el musgo del tiempo corrompido en un éxtasis
de tormenta y de azote sobre mi ancho dolor.
Tronchadas margaritas soltando sus cadáveres
por la senda partida donde muero sin flor.
Pechos míos con lutos de emoción, aves naufragas
arrojadas del cielo, mutiladas, sin voz.

Todo el mundo en mi rostro,
y yo arrastrada y sola,
matándome yo misma la última ilusión.

Soy derrotada...
Alba tanto distante,
que hasta mi propia sombra con su sombra se ahuyenta.

Soy diluvio de duelos,
toda un atormentado desenfreno de lluvia,
un lento agonizar entre espadas perpetuas.
¡Oh intemperie de mi alma!
¡En qué ola sin nombre callaré tu poema!


JULIA DE BURGOS

QUE COMO ESTOY?....

 
 
Que como estoy?...
Ya ves... / Desazonado y triste,
         Descolorido como una hoja seca batida por el sol,
  las lluvias, el viento.
Y cómo iba de estar?,
acaso te imaginas que ha sido poca cosa
 mi soledad, mi tedio,
  la angustia de mirar a todas partes/
buscándote, ansiándote,
 hurgando tu silueta entre masas y masas
 de hormigueros humanos?...
 
Que cómo estoy!...
 Se necesita situarse muy lejos de mi ser
 para tan tonta pregunta!
 Mira, estoy como no había estado antes.
 
En mi silencio, en mis noches,
  he podido correr desesperadamente por mi sangre,
  por mi voz... y por la compasión de las personas
que saben dónde estás y nada dicen.
 
Resulta tan difícil la condición del hombre!
Tener que sostener calladamente tu larga lejanía;
 apretarse los ojos rebozados de agua;
  suspender el aliento para que nadie escuche
que el corazón te llama...
y sobre todo pensar, pensar cobardemente
 cuando ya nadie atisba, / bajo la noche ancha, paso a paso...
 
Ridiculez tremenda de ser hombre!
 porque a pesar de todo lo que haga
te seguiré llevando entre mis venas
como la misma vida...
 
Que cómo estoy!...
Que feliz ocurrencia de tu parte!
 Tenía tantas cosas, a mano, que decirte,
 y que ahora no sé dónde se han ido...
He contemplado con detenimiento el recuerdo.
  He logrado tener entre mis labios mil rosas tempraneras.
 He llenado mis manos de luz escribiendo... escribiendo...
 Esto es todo, mi amor.
 
Que cómo estoy?...
 No había pensado en esto!
 Estoy... no sé; tal vez un poco enfermo,
 o puede que apartado de todo lo que sobra;
  de los amigos, de los afectos, de la risa, de mí,
  de mí también me he apartado un poco.
Ahora llevo tan honda la expresión de la muerte
que no sabría decirte cómo estoy/
Estoy... como me ves, sencillamente.
 
FREDDY MILLER OTERO