28/7/14

SI TU MURIERAS



Anoche, mientras fijos tus ojos me miraban
y tus convulsas manos mis manos estrechaban,
tu tez palideció.
¿Qué hicieras -me dijiste- si en esta noche misma
tu luz se disipara, si se rompiera el prisma,
si me muriera yo?

¡Ah! deja las tristezas al nido abandonado,
las sombras a la noche, los dardos al soldado,
los cuervos al ciprés.
No pienses en lo triste que sigiloso llega;
los mirtos te coronan, y el arroyuelo juega
con tus desnudos pies.

La juventud nos canta, nos ciñe, nos rodea;
es grana en tus mejillas; en tu cerebro, idea,
y entre tus rizos, flor;
tenemos en nosotros dos fuerzas poderosas,
que triunfan de los hombres y triunfan de las cosas:
¡la vida y el amor!

Comparte con mi alma tus penas y dolores,
te doy mis sueños de oro, mis versos y mis flores
a cambio de tu cruz.
¿Por qué temer los años, si tienes la hermosura;
la noche, si eres blanca; la muerte, si eres pura;
la sombra, si eres luz?

Seré, si tú lo quieres, el resistente escudo
que del dolor defienda tu corazón desnudo;
y si eres girasol,
seré la pare oscura que en hondo desconsuelo
sin ver jamás los astros se inclina siempre al suelo;
¡Tú, la que mira al sol!

La muerte está muy lejos; anciana y errabunda,
evita los senderos que el rubio sol fecunda,
y por la sombra va;
camina sobre nieve, por rutas silenciosas,
huyendo de los astros y huyendo de las rosas;
¡la muerte no vendrá!

 
La vida, sonriendo nos deja sus tesoros:
¡abre tus negros ojos, tus labios y tus poros
al aire del amor!
Como la madre monda las frutas para el niño,
¡Dios quita de tu vida, cercada de cariño,
las penas y el dolor!

Ahora todo canta, perfuma o ilumina;
ahora todo copia tu faz alabastrina,
y se parece a ti;
aspiro los perfumes que brotan de tu trenza,
y lo que en tu alma apenas como ilusión comienza,
es voluntad en mí.

¡Ah! deja las tristezas al nido abandonado,
las sombras a la noche, los dardos al soldado;
los cuervos al ciprés.
No pienses en los triste que sigilos llega;
los mirtos te coronan, y el arroyuelo juega
con tus desnudos pies.

Manuel Gutiérrez Nájera

FRENTE A FRENTE



 Oigo el crujir de tu traje, turba tu paso el silencio,
 pasas mis hombros rozando y yo a tu lado me siento.
 Eres la misma: tu talle, como las palmas, esbelto,
negros y ardientes los ojos, blondo y rizado el cabello;
blando acaricia mi rostro como un suspiro tu aliento;
 me hablas como antes me hablabas,
yo te respondo muy quedo,
y algunas veces tus manos entre mis manos estrecho.

 ¡Nada ha cambiado: tus ojos siempre me miran serenos,
 como a un hermano me buscas,
 como a una hermana te encuentro!
¡Nada ha cambiado: la luna deslizando su reflejo
a través de las cortinas de los balcones abiertos;
allí el piano en que tocas,
allí el velador chinesco
y allí tu sombra, mi vida, en el cristal del espejo.

Todo lo mismo: me miro, pero al mirarte no tiemblo,
cuando me miras no sueño.
Todo lo mismo, peor algo dentro de mi alma se ha muerto.
 ¿Por qué no sufro como antes?
¿Por qué, mi bien, no te quiero?
 Estoy muy triste; si vieras, desde que ya no te quiero siempre que escucho campanas digo que tocan a muerto.
Tú no me amabas pero algo daba esperanza a mi pecho,
y cuando yo me dormía tú me besabas durmiendo.

 Ya no te miro como antes, ya por las noches no sueño,
 ni te esconden vaporosas las cortinas de mi lecho.
 Antes de noche venías destrenzando tu cabello,
 blanca tu bata flotante, tiernos tus ojos de cielo;
 lámpara opaca en la mano, negro collar en el cuello,
dulce sonrisa en los labios y un azahar en el pecho.
 Hoy no me agito si te hablo ni te contemplo si duermo,
 ya no se esconde tu imagen en las cortinas del techo.

 Ayer vi a a un niño en la cuna;
estaba el niño durmiendo,
 sus manecitas muy blancas, muy rizado su cabello.
 No sé por qué, pero al verle vino otra vez tu recuerdo,
 y al pensar que no me amaste, sollozando le di un beso.
 Luego, por no despertarle, me alejé quedo, muy quedo.
¡Qué triste que estaba el alma! ¡Qué triste que estaba el cielo!
 Volví a mi casa llorando, me arrojé luego en el lecho.

 Todo estaba solitario, Todo muy negro, muy negro.
Como una tumba mi alcoba, la tarde tenue muriendo,
 mi corazón con el frío.
Busqué la flor que me diste una mañana en tu huerto y con mis manos convulsas la apreté contra mi pecho; miré luego en torno mío y la sombra me dio miedo...
Perdóname, si, perdóname, ¡no te quiero, no te quiero!
 
Manuel Gutiérrez Nájera

ONDAS MUERTAS
























En la sombra debajo de tierra,
donde nunca llegó la mirada,
se deslizan en curso infinito
silenciosas corrientes de agua.
Las primeras, al fin, sorprendidas,
 por el hierro que rocas taladra,
en inmenso penacho de espumas
 hervorosas y límpidas saltan.
Mas las otras, en densa tiniebla,
retorciéndose siempre resbalan,
sin hallar la salida que buscan,
a perpetuo correr condenadas.
A la mar se encaminan los ríos,
y en su espejo movible de plata,
 van copiando los astros del cielo
 o los pálidos tintes del alba:
ellos tienen cendales de flores,
 en su seno las ninfas se bañan,
 fecundizan los fértiles valles,
 y sus ondas son de agua que canta.
En la fuente de mármoles níveos,
 juguetona y traviesa es el agua,
como niña que en regio palacio
sus collares de perlas desgrana;
ya cual flecha bruñida se eleva,
ya en abierto abanico se alza,
de diamantes salpica las hojas
 o se duerme cantando en voz baja.
En el mar soberano las olas
los peñascos abruptos asaltan;
al moverse, la tierra conmueven
y en tumulto los cielos escalan.
Allí es vida y es fuerza invencible,
 allí es reina colérica el agua,
como igual con los cielos combate
y con dioses y monstruos batalla.
¡Cuán distinta la negra corriente
a perpetua prisión condenada,
 la que vive debajo de tierra
do ni yertos cadáveres bajan!
 ¡La que nunca la luz ha sentido,
 la que nunca solloza ni canta,
esa muda que nadie conoce,
esa ciega que tienen esclava!
 Como ella, de nadie sabidas,
como ella, de sombras cercadas,
 sois vosotras también,
 las oscuras silenciosas corrientes de mi alma.
 ¿Quién jamás conoció vuestro curso?
¡Nadie a veros benévolo baja!
¡Y muy hondo, muy hondo se extienden
 vuestras olas cautivas que callan!
!Y si paso os abrieran, saldríais,
como chorro bullente de agua,
que en columna rabiosa de espuma
sobre pinos y cedros se alza!
Pero nunca jamás, prisioneras,
sentiréis de la luz la mirada:
 ¡seguid siempre rodando en la sombra,
silenciosas corrientes del alma!

Manuel Gutiérrez Nájera

20/7/14

LA SERENATA DE SCHUBERT...

 
 
¡Oh, qué dulce canción! Límpida brota
Esparciendo sus blandas armonías,
Y parece que lleva en cada nota
¡Muchas tristezas y ternuras mías!

¡Así hablara mi alma... si pudiera!
Así dentro del seno,
Se quejan, nunca oídos, mis dolores!
Así, en mis luchas, de congoja lleno,
Digo a la vida: —¡Déjame ser bueno!
—Así sollozan todos mis amores!

¿De quién es esa voz? Parece alzarse
Junto del lago azul, noche quieta,
Subir por el espacio, y desgranarse
Al tocar el cristal de la ventana
Que entreabre la novia del poeta...
¿No la oís como dice: «hasta mañana»?

¡Hasta mañana, amor! El bosque espeso
Cruza, cantando, el venturoso amante,
Y el eco vago de su voz distante
Decir parece: «hasta mañana, beso!»

¿Por qué es preciso que la dicha acabe?
¿Por qué la novia queda en la ventana.
Y a la nota que dice: «¡Hasta mañana!»
El corazón responde: «¿quién lo sabe?»

¡Cuántos cisnes jugando en la laguna!
¡Qué azules brincan las traviesas olas!
En el sereno ambiente ¡cuánta luna!
Mas las almas ¡qué tristes y qué solas!

En las ondas de plata
De la atmósfera tibia y transparente,
Como una Ofelia náufraga y doliente,
¡Va flotando la tierna serenata...!

Hay ternura y dolor en ese canto,
Y tiene esa amorosa despedida
La transparencia nítida del llanto,
¡Y la inmensa tristeza de la vida!

¿Qué tienen esas notas? ¿Por qué lloran?
Parecen ilusiones que se alejan...
Sueños amantes que piedad imploran,
Y como niños huérfanos, ¡se quejan!

Bien sabe el trovador cuán inhumana
Ara todos los buenos es la suerte...
Que la dicha es de ayer... y que «mañana»
Es el dolor, la obscuridad, !la muerte!

El alma se compunge y estremece
Al oír esas notas sollozadas...
¡Sentimos, recordamos, y parece
Que surgen muchas cosas olvidadas!

¡Un peinador muy blanco y un piano!
Noche de luna y de silencio afuera...
Un volumen de versos en mi mano,
Y en el aire ¡y en todo! ¡primavera!

¡Qué olor de rosas grescas! en la alfombra
¡Qué claridad de luna! ¡qué reflejos!
...¡Cuántos besos dormidos en la sombra,
Y la muerte, la pálida, qué lejos!

En torno al velador, niños jugando...
La anciana, que en silencio nos veía...
Schubert en su piano sollozando,
Y en mi libro, Musset con su «Lucía».

¡Cuántos sueños en mi alma y en tu alma!
¡Cuántos hermosos versos! ¡cuántas flores!
En tu hogar apacible ¡cuánta calma!
Y en mi pecho ¡qué inmensa sed de amores!

¡Y todo ya muy lejos! ¡todo ido!
¿En dónde está la rubia soñadora?
...¡Hay muchas aves muertas en el nido,
Y vierte muchas lágrimas la aurora!

...Todo lo vuelvo a ver... ¡pero no existe!
Todo ha pasado ahora... ¡y no lo creo!
Todo está silencioso, todo triste...
¡Y todo alegre, como entonces, veo!

...Esta es la casa... ¡su ventana aquélla!
Ese, el sillón en que bordar solía...
La reja verde... y la apacible estrella
Que mis nocturnas pláticas oía!

Bajo el cedro robusto y arrogante,
Que allí domina la calleja obscura,
Por la primera vez y palpitante
Estreché con mis brazos, su cintura!

¡Todo presente en mi memoria queda!
La casa blanca, y el follaje espeso...
El lago azul... el huerto... la arboleda,
Donde nos dimos, sin pensarlo, un beso!

Y te busco, cual antes te buscaba,
Y me parece oírte entre las flores,
Cuando la arena del jardín rozaba
El percal de tus blancos peinadores!

¡Y nada existe ya! Calló el piano...
Cerraste, virgencita, la ventana...
Y oprimiendo mi mano con tu mano,
Me dijiste también: «¡hasta mañana!»

¡Hasta mañana!... Y el amor risueño
No pudo en tu camino detenerte!...
Y lo que tú pensaste que era el sueño,
Fue sueño, ¡pero inmenso! ¡el de la muerte!

........................................................

¡Ya nunca volveréis, noches de plata!
Ni unirán en mi alma su armonía,
Schubert, con su doliente serenata
Y el pálido Musset con su «Lucía».

José Gutiérrez Nájera
 
 
 
 

16/7/14

ELEGÍA A UN MADRIGAL...





Recuerdo que una tarde de soledad y hastío,
¡oh tarde como tantas!, el alma mía era,
bajo el azul monótono, un ancho y terso río
que ni tenía un pobre juncal en su ribera.
¡Oh mundo sin encanto, sentimental inopia
que borra el misterioso azogue del cristal!
¡Oh el alma sin amores que el Universo copia
con un irremediable bostezo universal!
*
Quiso el poeta recordar a solas,
las ondas bien amadas, la luz de los cabellos
que él llamaba en sus rimas rubias olas.
Leyó... La letra mata: no se acordaba de ellos...
Y un día —como tantos—,
al aspirar un día aromas de una rosa
que en el rosal se abría, brotó como una llama
la luz de los cabellos que él en sus madrigales
llamaba rubias olas,
brotó, porque un aroma igual tuvieron ellos...
Y se alejó en silencio para llorar a solas.

Antonio Machado, 1907

15/7/14

HUMANA.....

 

Hermosa y sana, en el pasado estío,
murmuraba, en mi oído, sin espanto:
-Yo quisiera morirme, amado mío;
más que el mundo me gusta el camposanto.

Y de fiebre voraz bajo el imperio,
moribunda, ayer tarde, me decía:
-No me dejes llevar al cementerio...
¡Yo no quiero morirme todavía!

¡Oh señor... y qué frágiles nacimos!
¡Y que variables somos y seremos!
¡Si la tumba está lejos... la pedimos!
¡Pero si cerca está... no la queremos!
Julio Flores