En el recogimiento de la tarde que muere,
Entre las imprecisas brumas crepusculares,
Cada jirón de sombra cobra vida, y sugiere
Vaporosas siluetas familiares.
En la brisa que pasa, parece que suspira
La virgen de ojos claros que aún sueña en mi regreso;
El rumor de las frondas abre el ala de un beso,
Y desde aquella estrella, alguien me mira.
Allá, entre la alameda, se perfila la sombra
Grácil de la mujer que amé más en la vida,
Y en la voz de la fuente vibra una voz querida,
Que en su canción de oro y cristal me nombra.
Todo canta, a esa hora, la canción olvidada;
Todo sueña el ensueño que quedó trunco un día,
Y verdece de nuevo la ilusión agostada,
Ebria de fe, de ardor y de armonía.
Y entre la sutil bruma de prestigios de incienso
Que exalta mis recuerdos y mi melancolía,
En la paz de este parque abandonado, pienso
En la mujer que nunca será mía.
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