16/10/09

PENAS Y ALEGRIAS DEL AMOR...

Mira cómo se me pone la piel
cada vez que te recuerdo.
Por la garganta me sube un río de sangre fresca
de la herida que atraviesa de parte a parte mi cuerpo.

Tengo clavos en las manos y cuchillos en los dedos
y en mi sien una corona hecha de alfileres negros.
Mira cómo se me pone la piel cada vez que me acuerdo
que soy un hombre casado y sin embargo, te quiero.

Entre tu casa y mi casa hay un muro de silencio,
de ortigas y de chumberas, de cal, de arena, de viento,
de madreselvas oscuras y de vidrios en acecho.
Un muro para que nunca lo pueda saltar el pueblo
que anda rondando la llave que guarda nuestro secreto.

¡Y yo sé bien que me quieres!
¡Y tú sabes que te quiero!
Y lo sabemos los dos y nadie puede saberlo.
¡Ay, pena, penita, pena de nuestro amor en silencio!
¡Ay, qué alegría, que pena, quererte como te quiero!

Cuando por la noche a solas me quedo con tu recuerdo
derribaría la pared que separa nuestro sueño,
rompería con mis manos de tu cancela los hierros,
con tal de verme a tu vera, tormento de mis tormentos,
y te estaría besando hasta quitarte el aliento.

Y luego, qué se me daba quedarme en tus brazos muerto.
¡Ay, qué alegría y qué pena quererte como te quiero!
Nuestro amor es agonía, luto, angustia, llanto, miedo,
muerte, pena, sangre, vida, luna, rosa, sol y viento.

Es morirse a cada paso y seguir viviendo luego
con una espada de punta siempre pendiente del techo.
Salgo de mi casa al campo sólo con tu pensamiento,
para acariciar a solas la tela de aquel pañuelo
que se te cayó un domingo cuando venías del pueblo
y que no te he dicho nunca, mi vida, que yo lo tengo.

Y lo estrujo entre mis manos lo mismo que un limón nuevo,
y miro tus iniciales y las repito en silencio
para que ni el campo sepa lo que yo te estoy queriendo.

Ayer, en la Plaza Nueva, —
vida, no vuelvas a hacerlo—
te vi besar a mi niño, a mi niño el más pequeño,
y cómo lo besarías —¡ay, Virgen de los Remedios!—
que fue la primera vez que a mí me distes un beso.

Llegué corriendo a mi casa, alcé mi niño del suelo
y sin que nadie me viera, como un ladrón en acecho,
en su cara de amapola mordió mi boca tu beso.

¡Ay, qué alegría y qué pena quererte como te quiero!
Mira, pase lo que pase, aunque la tierra se hunda,
aunque tu nombre y el mío lo pisoteen por el suelo,
y aunque la tierra se abra y aun cuando lo sepa el pueblo
y ponga nuestra bandera de amor a los cuatro vientos,
sígueme queriendo así, tormento de mis tormentos.
¡Ay, qué alegría y qué pena quererte como te quiero!

1 comentario:

  1. Hay pocas poesias, escritos o comentarios que reflejen de una manera tan claran y sencilla una vivencia tan usual que tantos hombres humildes han padecido en aquellos tiempos en los que la posición social marcaba una linea de conducta obligatoria incluso en los sentimientos como si éstos pudieran orientarse a capricho

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